DE REPENTE EL ÚLTIMO MORALES
por Juan Carlos Friebe
Al salir del encuentro en el que Miguel Morales nos convocó para ver su obra, que iba camino de convertirse en una inminente exposición, no pude evitar el recuerdo de “Animula vagula blandula”, a cuya inauguración asistí en El Buen Gobierno, más de veinte años atrás. En lo esencial, pensé, no había cambiado, el artista. Aún más desposeído, me pareció, de detalle, de color, de aspectos teóricos, de andamiaje retórico: de artisticidad, si se me permite la palabra. En cambio reconocí gestos pictóricos, evoqué rasgos de autor distintivos, advertí ideas semejantes y ese tema –creo no marrar si escribo recurrente en su trayectoria- de la persona humana, un epíteto arquetípico, pero una adición necesaria. Hay animales más humanos que el Hombre, pero ningún animal es persona, aunque no deje por ello de ser individuo. Miguel Morales, pues, me dije, sigue captando semblanzas de individuos. Nos capta a nosotros. Lo hizo siempre quizá. Quizá esa sea, en realidad, una de las funciones principales del Arte: representarnos. Y me pareció, aquella espléndida noche que mucho más que representarnos, nos presentaba ante nosotros. Que llegaba más hondo siendo todavía más llano, jamás plano, que en obras anteriores. Sentí que me dolía.
La velada, exquisita, los amigos, extraordinarios, el ambiente invitaba a proseguir aquel encuentro que, dada nuestra común afición a resolver ecuaciones polinómicas y a teorizar sobre la unidiversidad del macrocosmos desde una perspectiva tan festiva como experimental nos condujo, irremisiblemente, a un observatorio intelectual digno de nuestras disquisiciones: esto es, a un bar de medio pelo en el que fuimos atendidos como reyes. Allí me atreví a confesarle que me parecía un pintor-pintor, de los pocos que iban quedando, pero que lo más me disgustaba era la pobreza del soporte. Lo primero me sigue pareciendo cierto, más que nada porque es un hecho: lo segundo erróneo, pero no inexacto. Igual parezco demasiado entusiasta -bueno, y qué- pero su obra es de coleccionista y su inteligencia narrativa de museo. No le favorece, no, la humildad del soporte. Y sin embargo siempre ha trabajado caro sobre material de escombro: sobre la presunta humanidad del ser humano desde la síntesis de su representación: sobre caracteres: sobre la ampliación, amplificación y reducción del misterio del ser, en realidad, una maravillosa derrota.
La obra de Miguel Morales nos invita a –o nos exige- desenmascararnos ante ella. El pintor-pintor nos enfrenta a una galería de personajes-persona tan diferentes entre sí como parecidos a nosotros, tan personas-personaje como ellos, escondidos en nuestra propia y estrafalaria identidad, simple sombra y caricatura, o doble. Pues eso somos, a mi entender, y cuanto somos es su motivo. Abreviados en unos pocos gestos pictóricos, con una enérgica delicadeza retrata nuestra descarnada humanidad, difícilmente volveremos a ser quienes fuimos salvo, claro está, que seamos capaces de enfundarnos de nuevo el disfraz y colocarnos la máscara que nos identifican, y olvidar que fueron nuestras almas las que sirvieron de modelo al pintor-pintor mientras nuestros cuerpos-cuerpos, despojados de todo detalle superfluo, apenas son ahora el contorno donde nuestras miserables glorias o nuestras hermosas derrotas suceden.
Aristóteles acaba con Platón. Carlota Corday asesina a Marat. Escribió Ginferrer sobre la síntesis como don. Van der Rohe consideró que menos es más. Karl Kraus puso el acento sobre el lenguaje como valor indiscutible frente al tema. Ninguno de ellos fue pintor y en todos ellos encuentro un rasgo que me remite a la pintura de Miguel Morales, o que define a su autor. La simplificación de las figuras, en lugar de conducir a un dibujo superficial, logra en ocasiones una profundidad en la lectura de caracteres humanos emocionante, una intensa expresividad en los personajes cargada de una honda melancolía, siempre tierna. Morales trata a sus personajes como personas humanas y dibuja y redibuja nuestra maldad, nuestra crueldad, nuestra perplejidad, nuestro espanto, nuestro ridículo aspecto y nuestro desconcierto ante esta taimada encarnación humana que sobrellevamos, cada cual, como mejor puede. La pintura-pintura del pintor-pintor no es una sencilla-sencilla re-colección de piezas destartalada sino un imprescindible retrato de nuestro propio asombro ante lo que, despojados de todo aquello que no es esencial, lo queramos o no, somos.
Consideró Benito Prieto en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de Granada que el Arte es una servidumbre de la perfección: "El Arte, o sirve a la belleza y a las cosas del espíritu, o es pasatiempo de indotados", dejó escrito y dicho. La belleza es un concepto histórico, mutable: las cuestiones del espíritu son volubles, pero constantes. Y en mi desastrada opinión de diletante, que ama la creación al margen de los discursos intelectuales, el Arte de Miguel Morales sirve tanto a lo uno como a lo otro desde cualquier mirada, aunque me fastidie un tanto que por esconder al excelente pintor que es, el tema esconda –conscientemente- el poder de su lenguaje.
P.S. Me fastidia, enormemente, no haber logrado colocar el término "itifálico" en el presente escrito. Casi lo consigo.
PALABRAS PARA UNA EXPOSICIÓN
por Francisco
Sotomayor
Dos
son los cuadros del artista Miguel Morales que ocupan un lugar en mi
exigua colección de pinturas. El primero es una virgen al estilo
clásico de la Madonna,
en la que el niño, sentado en
su regazo, exhibe un hocico de cerdo. El otro es un hombre con el
torso desnudo que sostiene un pollo ensangrentado, y sus labios
también parecen estar manchados del mismo color de esa sangre. En la
parte superior se ha escrito a pincel: «Hombre con poyo».
He
tenido la oportunidad de disfrutar de la contemplación de una larga
serie de pinturas que preludian las obras que aquí se exponen. Gran
parte de ellas incluían una sola figura sobre un fondo más o menos
vacío y, a veces, también aparecía un rótulo. En algunas
ocasiones la cosa se complicaba y entraba en juego un segundo o
tercer personaje, pero no muchos más. Ello evidenciaba la
predilección, por parte del artista, de presentar la soledad del ser
–la figura aislada como ser
de la representación– dentro de los límites del cuadro.
Contemplándolos
en serie no podía uno dejar de preguntarse si no estaba viendo una
secuencia aleatoria de arcanos
de gran formato, en los cuales una figura se presentaba –reducida a
su recóndito secreto– con una cierta potestad mágica, totémica o
emblemática. Personajes
de la conciencia, sin belleza, sin esperanza, alucinados héroes de
ninguna causa, sonámbulos, con la apariencia de figuras recluidas en
el seno de un naipe, el bufón, el ahorcado, el mago, la sacerdotisa.
Miguel
Morales ha evolucionado desde el uso de las masas de color y de los
empastes hacia una suerte de estilización formal. El soporte ha
quedado desnudo y la figura reducida a su propio contorno, a base de
una pincelada líquida y ágil. Entonces pervivieron los tonos vivos,
sólo que menos abigarrados, un poco más apagados eso sí, pero más
limpios. Aparecieron fosforescencias y, en suma, el color adquiría
transparencia y un tacto aterciopelado.
Y
el gris se fue adueñando de la atmósfera predominante, emergiendo
desde el fondo, poco a poco, llegando a completar gran parte de la
superficie del cuadro. Era la grisura neutra del vacío, una especie
de limbo
que como una niebla uniforme se traslucía alrededor y dentro del
ser, de la figura, de la representación.
Si el blanco y el negro no son colores, bastaba con que los grises lo
fueran. El artista lo conseguía a base de oficio, aplicando
veladuras y calidades cromáticas que parecían latir al mismo nivel
de la grisalla.
Por
otra parte, y con frecuencia, sus figuras mostraban gestos insípidos,
expresiones de vacío o de instintos primarios, infantiles, la
incipiente caracterización de estados psicológicos en cierto
sentido grotescos, elementales, caracterizados por una mirada absorta
en función de su obstinado embelesamiento. Lucían sus cuerpos
semidesnudos y también su sexo, tal como lo hacen los niños,
limpios de la culpa que se adquiere con la edad. No había allí
obscenidad sino más bien un placer vago, el deseo por alcanzar
determinadas satisfacciones o quizá ese sentimiento de abandono de
quien –como el héroe trágico– se muestra sometido a cierto tipo
de marginación erótica.
En
esos rostros –¿expresionistas?– se apreciaba por momentos un
atisbo de abulia, puede que un ligero sopor, diversos grados de
ensimismamiento y precariedad. Los brazos caídos, las manos
esbozadas en una acción inconsecuente, los miembros a medio vestir,
flácidos, todo ello daba al conjunto la apariencia de un pathos
inverso –o de un antipathos,
por decirlo de algún modo–, el revés de la trama, la pasajera
liviandad de los momentos bajos.
«No es bueno que nuestros sentimientos se nos vuelvan familiares. Se van mezclando en nuestra propia corriente, que es muy sórdida, y se vuelven completamente triviales»Drieu La Rochelle, Relato secreto.
Algunos
eran retratos, pero en general allí se reproducían estados
psicológicos de personajes que surgieron como resultado de un
proceso riguroso de clonación
imaginaria. Cambiaban las poses,
los atuendos, el sexo, pero todo obedecía a la respuesta andrógina
de un sólo ser perdido entre bastidores. Eran el resultado casual de
un proceso de investigación personal, reflexiva y profunda, a partir
del azar de la vida cotidiana y de la propia imaginación creadora.
«Somos los hombres huecos
somos los hombres rellenos
apoyados uno en otro
la mollera llena de paja. ¡Ay!
Nuestras voces resecas, cuandosusurramos juntos
son tranquilas y sin significado
como viento en hierba seca
o patas de ratas sobre cristal roto
en la bodega seca de nuestras provisiones.
Figura sin forma, sombra sin color,
fuerza paralizada, gesto sin movimiento:
Los que han cruzado
con los ojos derechos, al otro Reino de la muerte
nos recuerdan –si es que nos recuerdan– no como
perdidas almas violentas, sino sólo
como los hombre huecos
los hombres rellenados.
T. S. Eliot, Los hombres huecos.
Un
paso más allá y fueron apareciendo determinadas coordenadas,
efectos simbólicamente perspectivos, atisbos de líneas
pseudoarquitectónicas, con el objeto de seccionar el plano y de
añadir la idea de un habitáculo: el escenario que oprime y libera
la acción del drama. Las aristas del espacio también son las del
tiempo.
«Entre mi cabeza y mi mano, siempre está la figura de la muerte»
Francis Picabia, Cuestión de ver qué pasa.
«¿Cómo estar satisfecho cuando todo se te escapa? Aunque estés enamorado todo se te escapa. Quieres estar más cerca de esa persona. ¿Cómo vas a abrirte en canal para unir tu carne a la del otro? Es imposible. Ocurre lo mismo con el arte. Es casi como una larga relación con objetos, imágenes, sensaciones y lo que llamamos pasiones.»
Francis Bacon, en Bacon's Arena (Film documental).

Vivir cada uno de tus días como quien resuelve el problema de la luz en un sueño, como el ciego que manotea la niebla densa que rodea las cosas pequeñas.

Si nadas a contracorriente asegúrate de saber qué dirección lleva la corriente.
Sin la muerte yo no te querría.
Algunos invierten demasiado tiempo en pensar la manera de no hacer lo que piensan.
Puedes pensar el futuro,pero hay que actuar como si no lo hubieras pensado.
El sentido se organiza con el recuerdo. Fuera de la memoria todas las cosas suceden al mismo tiempo.
Justo
ahora, en los cuadros que aquí se exponen, el espacio se ha hecho
tangible y las masas homogéneas de color se han degradado,
adquiriendo determinada fuerza tectónica y apareciendo perspectivas
móviles y sintéticas, sustraídas al vacío. Las figuras se
multiplican en forma de secuencia temporal, como personajes atrapados
bajo distintos enfoques simultáneos, como si se desplazaran por un
espacio fragmentado, a modo de cuadro
dentro del cuadro.
Líneas,
objetos y acción dramática nos invitan a un esfuerzo personal de
construcción y deconstrucción
frente a la dúctil escenografía del conjunto. El artista retorna en
cierto modo a lo pictórico y, paralelamente, a un sentido del horror
vacui más acusado, puesto que
ahora la sensación de vacío se desvanece y se estratifica a partir
de un juego de texturas de color, de fondos que interactúan y se
superponen en volúmenes de un espacio referencial.
«En
el truco visual no se trata nunca de confundirse con lo real, sino de
producir un simulacro, con plena conciencia del juego y del
artificio.»
Jean
Baudrillard, Cultura
y simulacro.
Asistimos
a un nuevo aliento de orden, en el que las figuras se disponen como
si fueran espectros de un espejo deformante desde el que miran hacia
todo aquello que el espectador no puede ver. Y en ello radica quizá
el misterio. Se adivina un esfuerzo, no exento de ironía, por
someter al espectador a la mirada ubicua del retratado, de modo que
nosotros, fuera del cuadro, somos quizá los actuantes, quienes sin
saberlo disparamos ese principio de acción emocional que surge en
los rostros de la pintura.
El artista se lanza a lo
imprevisible motivado por la energía del gesto. Sería como si la
mano, siguiendo el curso de cierto automatismo, deslizara el pincel
entre los dedos recorriendo un espacio yermo, y en el que las formas
se sucedieran al ritmo de la conciencia interior. En ese momento
surgen esas figuras, semejantes a pobladores de un universo onírico,
infausto, embrionario. Siluetas de hombres y mujeres que muestran los
rasgos de una plácida locura, huérfanos a la deriva de un amigable
sinsentido. Expresiones de vacuidad y de impotencia en rostros
embobados –y también ensombrecidos– por remotas obsesiones.
Cierta ingenuidad del mal, risas blandas, seres tribales originarios
de ambientes primitivos que se desenvuelven a través de la ciega
evanescencia del espacio, pugnando por materializarse. El acto
creador a medio camino entre la ficción y el arquetipo.
Francis Picabia, Cuestión de ver qué pasa.
No existe la
idealización, aunque sí cierta estilización a partir de esbozos,
de presencias esquemáticamente perfiladas. Los trazos subyacentes
nunca son arrepentimientos, más bien estelas del proceso.
Persistencia de la nada –como un no
lugar–,
donde suceden las cosas y los seres vibran entre ellas, existen y se
agotan. Posan ante la mirada con la faz inquietante del fantasma.
Autocompasión, deseos
muertos, anagnórisis,
revelación, sorpresa. Estados del devenir enfrentados al vacío y
que sucumben ante él. Ilusión y malformaciones. Sexos solitarios
como signos de una proyección interior desesperada, atrapada en sí
misma. Apagada lubricidad que reina y muere en los rincones de la
incertidumbre, la carne desolada, sorprendida en su derrota frente a
lo desconocido y resignada en el abismo de sus renuncias.
Francis Bacon, en Bacon's Arena (Film documental).
Hay un algo inquietante
en la mirada de los personajes, algo que parece suceder fuera, una
fuerza amenazante, un conflicto que se ha instalado en las figuras
como expresión de la perplejidad. Esa expresión es tan hierática
como intemporal, semejante a como miran los rostros en los iconos
medievales y en general en las piezas arcaicas.
Rojo tierra que recubre
la superficie donde una ventana simbólica recoge la luz. Apenas
quedan restos de nuestro mundo, un ser que parece marcharse, un
vehículo en vertical, alguna cosa
más. Todo sucede fuera de escena. Aquí no queda nada, como en el
perro
de Goya, La supremacía de un vacío embarrado que toma posesión del
mundo. Calma y apocalipsis,
principio de un final.
THE OTHER ME
por Ángel Fábregas
Una pareja de niños enlazados de la
mano me mira desde el otro lado.
Marat reposa en quietud de último
día.
En el principio fue la sombra y el
reflejo.
Las formas espectrales emergen sin más
ropaje que su trazo.
Criaturas ensimismadas . Me susurran
su silencio de soledad y devenir.
Urdimbre de
mi inconsciente.
Narcisismo y reflexión.
Topar con fragmentos de otra realidad,
hechizo simétrico.
Compartimos el yo. Comunión de los
sentidos.
Tiempo y error.
Repetición y tensión.
Ánima de lo incompleto, la
imperfección deviene en esencia.
Aristóteles y Platón me miran y me
río.
Me reflejo en el lago, como esas
criaturas, como la de Mary Shelley,
Charca de agua sucia de suburbio
posindustrial.
Poderoso es el retorno
No os siento ya extraños.
MIGUEL MORALES. ESCARNIO Y PIEDAD.
por Salvador Perpiñá
Miguel Morales es un
hombre que pinta otros hombres. También toca la guitarra eléctrica,
enseña dibujo a jóvenes, practica deportes viriles, es un padre
solvente y un excelente compañero de correrías, la clase de persona
con la que en otros tiempos uno no hubiera dudado en embarcarse para
cruzar el océano. Pero, ante todo, es un hombre que pinta, incluso
durante los años en que se ha abstenido de hacerlo. Miguel Morales
se toma muy en serio su oficio. Una visión superficial de su
pintura, que no se asusta de mirar lo grotesco a los ojos (esas
figuras en calzoncillos, ¡ese humillante braslip ocean, aniquilador
de toda trascendencia!, esas pichas irrisorias, infamantes, ¡ah, qué
risa y qué desesperación!), sugeriría la Weltanschauung de un
gamberro nihilista y agresivo. Yo, por el contrario, estoy convencido
del extremo rigor estético y moral de su pintura.
Heredero al fin y al
cabo de la gran tradición romántica, Morales cree en el gesto, en
su valor mágico, fundacional. No gusta de corregir, le agradan los
pentimentos, las huellas de una voluntad en acción. No
le interesa la perfección, no busca el bello acabado, los aspectos
meramente sensuales de la pintura no le interesan. Profundo conocedor
de la historia del arte, Masaccio, Picabia, Solana, Daumier, Ensor o
Kirchner están en el origen de su estética.
Morales investiga la
forma, pero le interesa el hombre. La figura humana es la materia de
su arte, siempre presente, obsesivamente presente. Una humanidad
entre lo inquietante y lo ridículo, doliente, arbitraria, risible,
genital. Entre Beckett y el zoológico, entre Makoki y el Ecce Homo.
La mortalidad, el despojamiento, el absurdo de nuestra presencia en
el mundo impregnan como una angustia densa sus lienzos. Morales no se
hace ilusiones, en sus cuadros está el hombre que enferma y tose,
arrojado indefenso al tiempo, el hombre al que le cuelgan los huevos,
sin grandeza, feroz e insignificantemente humano… Pero hay algo que
le salva de la desesperación y es que Morales cree apasionadamente
en la pintura como aquello que confiere sentido a lo real. La pintura
es su única fe.
La ambición de todo
artista es llegar, como Beethoven en sus últimas sonatas, como
cincuenta años después Rimbaud en sus poemas finales, a la economía
absoluta de medios, a la evaporación misma de su lenguaje en el
límite mismo de lo expresable. Hace poco Miguel Morales nos decía
“...hasta que fui depurando y me quedé
en el blanco, negro y gris; ahora no necesito más.” Dicho
lo cual, cualquier cosa que pudiera añadir sería una torpe
redundancia.
EN
TORNO A LA OBRA DE MIGUEL MORALES
por
Pipi Gómez
Miguel
Morales es un pintor nacido en Granada hace cincuenta años,
licenciado en Bellas Artes y en Historia del Arte, estudiante de Filosofía, músico,
aficionado al rugby y a la astronomía. Durante más de quince años
ha expuesto su obra en Granada y Madrid. Fue cofundador de “El Buen
Gobierno” un espacio de dinamización cultural que se convirtió en
un oasis en medio de Granada donde se podía disfrutar de todo tipo
de artes plásticas, performances, poesía, música...
Han
pasado algunos años desde la última exposición de su obra. ¿Por
qué ahora? ¿Existe alguna razón poderosa para exponer?
No
es ni creo que tenga que ser poderosa, no hay tampoco una razón para
hacerlo ahora y no haberlo hecho antes. Quizá no ha pasado ni tanto
ni tan deprisa el tiempo. Ha habido una conjunción de elementos que
se han confabulado para que ahora me haya decidido a exponer mi obra
otra vez. Casi toda es obra nueva de este último año y creo que era
el momento de hacerlo.
Sí
me gustaría añadir que “El Buen Gobierno” surgió como un
trasvase de ideas con Madrid, con pintores como Ikella Alonso que
participaban en “El Almazén de la Nave”, espacio cofundado por
Manolo Quejido. Invertimos tiempo y muchas ilusiones y posiblemente
este sea un buen momento para poder crear algo parecido.
Su
formación artística y académica se refleja en todas y cada una de
sus obras, donde la composición y la línea como elementos plásticos
determinantes juegan con un mensaje escueto, sobrio y cargado de
ironía.
Una
vez digerida la formación y depuradas las
maneras aprendidas ¿Qué va quedando de la formación
académica de la obra de Miguel Morales?
Como
pintor creo en la importancia que tiene el conocimiento tanto de la
técnica como de la teoría de lo que se ha realizado hasta ahora.
Creo en la formación y cada vez valoro más el pasado como una
herencia artística: desde Altamira a Gordillo, pasando por Sánchez
Cotán, Picabia, Guerrero, Arrollo… Creo que es evidente en alguna
concepción o en alguna cita de mis últimos cuadros, pero también
creo que en la obra no sólo confluye lo formal, (que para mí en
principio es lo más importante) sino la dimensión sentimental, que
necesita de la participación cómplice del espectador para ser
experimentada.
Al
ver su obra parece que ha realizado una síntesis eliminando lo que
podría parecer accesorio o innecesario, o simplemente eligiendo los
elementos como muestras de sí mismos sin dejar que nada superfluo
forme parte del cuadro. Sobre todo en la serie de los retratos
frontales.
El
cuadro es el resultado de una ecuación en la que aparecen muchos
parámetros: color, textura, línea, composición, contraste,
tensión... y está claro que algunos me interesan más que otros.
Cualquier persona que se dedique a cualquier actividad creativa,
tiene que elegir entre los elementos de que dispone, y cómo los
mezcla o distribuye. Lo que no tiene sentido es hacer una ecuación
ya resuelta. La creación es una búsqueda, hay que buscar nuevos
problemas, plantearlos e intentar encontrar soluciones.
Pretendo presentar de una manera nueva lo que percibo y lo que siento, mostrarlo desde un punto de vista que nadie haya hecho antes, pero eso es lo mismo que haría cualquier otro artista.
Pretendo presentar de una manera nueva lo que percibo y lo que siento, mostrarlo desde un punto de vista que nadie haya hecho antes, pero eso es lo mismo que haría cualquier otro artista.
Has
elegido en esta serie el predominio del dibujo sobre el color. Pero
podemos entender que bajo todas sus obras se puede sentir el motor de
la pintura.
El
conocimiento de la tradición artística formada en el último siglo
de la que se nutre el arte que se hace hoy: las vanguardias, el pop,
el conceptual, el situacionismo, la postmodernidad, el
supports-surfaces, la antiforma..., así como las teorías:formalismo,
pura visibilidad, estructuralismo, deconstruccion, etc., permiten
buscar nuevos caminos. Permiten poder elegir. Es importante saber lo
que se hace y lo que se dice, y lo que se hizo y se dijo porque el
artista no está solo enfrentado al resto del mundo, el artista es
producto de su tiempo y vive en ese mundo. He elegido la pintura, que
en absoluto me parece un medio agotado, para intentar contribuir con
una pieza más a este puzzle y añadir mi particular enfoque a la
visión totalizadora del arte
El
nivel de abstracción alcanzado en las últimas obras se
corresponde con una necesidad de depuración plástica o es más bien
una búsqueda- encuentro conceptual. Quiero decir: los títulos
además de entenderlos con su carga irónica-delirante ¿Podemos
utilizarlos para entender sus cuadros? O por el contrario, el mensaje
poético del título es eso sólo y mejor no intentemos ir
más allá.
El
cuadro es lo que se ve, y junto con lo que se ve, lo que el
espectador percibe; y ya está. Pero el título a veces puede aportar
algo. Por ejemplo en la obra “Marcelino Sanz de Sautuola saludando
a un extraterrestre” cada observador puede interpretarlo a su
manera y así debe ser, pero en él, mi concepción era unir el
pasado con el presente, relacionar el conocimiento nuevo del cosmos
(la vida extraterrestre, la teoría de las supercuerdas, las
múltiples dimensiones...) con una imagen distinta de la realidad que
percibimos (cuadrados sin pintar, rectángulo rosa,...un espacio
distinto), a la vez que busco ironía, humor…la utilización del
carboncillo como homenaje al dibujo preparatorio...; quería obtener
una obra sin volumen...dibujo espontáneo de la figura humana; otro
canon, en el que participa también el azar…pero aunque así es
como va surgiendo el cuadro, esto solo puede ser conocido como
anécdota, pues el espectador ha de enfrentar a la obra sin ese
conocimiento, no lo necesita. Todas las intenciones del pintor pueden
ser variadas por el espectador, que es a quien va dirigido
.
Por
lo tanto podríamos decir que en su obra puede ser tan importante lo
que vemos como elementos formales como la reacción del propio
público ante lo que percibe. Es consciente de que no es una obra
amable para el espectador
En
toda obra confluye la dimensión formal y la perceptiva, es decir la
obra se tiene que ir configurando con las percepciones y
sensaciones subjetivas que produce en el espectador. No todo el
producto de este feedback puede ser positivo y soy consciente de
algunas percepciones inquietantes o incluso desagradables que puede
generar algún cuadro; pero la expresión se nutre de un abanico
enorme de sentimientos y reacciones que no podemos ignorar porque no
podemos ignorar al espectador que participa como implicado directo en
el juego del arte.
"AFORISMOS IMPRESIONADOS"
por Miguel Ángel Arcas

Vivir cada uno de tus días como quien resuelve el problema de la luz en un sueño, como el ciego que manotea la niebla densa que rodea las cosas pequeñas.

Si nadas a contracorriente asegúrate de saber qué dirección lleva la corriente.
Sin la muerte yo no te querría.
Algunos invierten demasiado tiempo en pensar la manera de no hacer lo que piensan.
Los
españoles clavan la envidia hasta la empuñadura.
Puedes pensar el futuro,pero hay que actuar como si no lo hubieras pensado.
El sentido se organiza con el recuerdo. Fuera de la memoria todas las cosas suceden al mismo tiempo.